sábado, 19 de febrero de 2011

CAP 1: Servicio de electricidad [1º Parte]

Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing.
Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing.
Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing.

La tercera vez que oí el estruendo del despertador, que se movía compulsivamente en mi mesilla de noche amenazando con tirarse al suelo, alargué la mano con desgana y con un manotazo le hice callar. No sé cuánto tiempo más estuve grogui después de eso, hasta que oí a mi madre gritar desde el pasillo:

-          ¡Carla!

Traté de taparme los oídos con la almohada, pero en ese momento me di cuenta de que la almohada estaba tirada en el suelo, de ahí el dolor agudo que notaba en la parte posterior de mi cuello, y la verdad, tampoco tenía ganas de comprobar si el dolor también se extendía a mi brazo recogiéndola del suelo.

-          ¡Carla, si no te levantas ya vas a llegar tarde al instituto! ¡Llevo más de media hora llamándote! –repitió al entrar en mi habitación. Abrí lentamente un ojo y pude comprobar que, tal y como pensaba, su tono de voz hacía juego con la expresión de su rostro, aunque debido a las arrugas que se le habían formado en la frente, y a sus grandes ojos demasiado abiertos, casi resultaba graciosa.

-          Mama, no me encuentro muy bien.  –dije carraspeando. Era cierto. – Creo que anoche tuve que comer algo en mal estado. –Eso no era cierto.

Mi madre se acercó más a mí, ahora con aire preocupado, y me puso una mano en la frente. La sentí fría.

-          Pues no parece que tengas fiebre, pero… si no te encuentras bien supongo que, bueno, tendrás que quedarte en casa hoy. Es una pena que vayas a perderte el primer día de clase, cariño.

-          Sí, una pena. –dije, ocultando el tono irónico de mi voz.

-          ¿Quieres que llame a tu doctor…?

-          No, no hace falta mamá. Seguro que sólo es una indigestión, me encontraré mejor esta tarde. –respondí rápidamente.

-          Está bien. –aceptó, mientras salía de nuevo de mi habitación. – Yo tengo que ir a trabajar, pero intentaré volver pronto. Y si esta tarde te sigues encontrando mal, te llevaré al médico.

-          Vale, mamá. Puedes irte, tranquila.

Dicho esto, bajó las escaleras, y después de oír el sonido de las llaves al caer dentro del bolso, y la puerta cerrarse, me levanté débilmente de la cama, sorteando los montones de ropa del suelo, y cerré la ventana de mi habitación, que mi madre había abierto. Ahora que no había tanta luz, podía volver a dormir. Me dejé caer en la cama, y cerré los ojos.


Your better pray, de The Red Jumpsuit Apparattus empezó a resonar en toda mi habitación mientras me enfundaba mis botas. Rebusqué en el último montón de ropa, el que aún no había recogido, y lo encontré allí abajo, vibrando; en la pantalla, un nombre: Alma. Descolgué.

-          ¡Carla! ¿Se puede saber dónde estás?

-          Buenos días, Alma.

-          Eh… ¡Oh! ¿Te he despertado? Perdona…

-          No, no. Ya estaba despierta, pero no voy a ir al instituto hoy. Ya sabes… después de lo de anoche, casi no me he podido poner en pie.

-          Vamos, serás exagerada… yo también me he despertado con dolor de cabeza, pero a diferencia de ti, Bella Durmiente, aquí estoy, como todas. – se quejó mi amiga. - Para un día en el que no íbamos a hacer nada.

-          ¿Está ahí Lucía? –pregunté, haciendo caso omiso a su reproche.

-          Claro, ya te lo he dicho, todas nos hemos dignado a venir. Te la paso. –dijo con tono de burla.

Tras un momentáneo jaleo de risas, mi mejor amiga se puso al teléfono.

-          Hola, Carla. ¿Cómo estás?

-          Bien, ¿y tú, Lu? Apenas te vi en toda la noche y… no sé, no recuerdo muy bien lo que pasó en aquella fiesta…

-          Estoy perfectamente, de verdad. –se rió. No supe a qué venía tanta felicidad. – Bueno, ya hablaremos más tarde, ¿vale?

-          Vale, como quieras. –murmuré desconcertada al teléfono mientras me abrochaba el cinturón de cuero negro alrededor de mis vaqueros cortos. Demasiado cortos, diría mi madre.
Después de colgar, dejé cada prenda del montón de ropa en su sitio, y bajé hasta la cocina para desayunar algo. Mientras me tomaba un tazón de cereales, sonó el timbre.
Me dirigí al pasillo y abrí la puerta, recelosa. El pestillo estaba echado, por lo que la puerta apenas se separaba del marco unos centímetros, pero no tenía intención de quitarlo. En la entrada había un chico, con un mono azul y una caja de herramientas en la mano izquierda. La derecha aún estaba apoyada junto al timbre. Su expresión era divertida, como si se riese de mi desconfianza.

-          Buenos días.

-          Eh… buenas. –dije.

-          Vengo a arreglar el sistema de electricidad. Según tengo entendido, el circuito de la cocina no va bien. –se explicó.

-          Ah. Supongo que le habrá llamado mi madre.

Le dirigí una mirada fugaz al interior de la casa, concretamente a la cocina, que estaba iluminada únicamente por la tenue luz de la mañana. Qué raro, me había parecido que funcionaba perfectamente.

-          ¿Va a dejarme pasar? –murmuró, reprimiendo una risa.

-          Un momento. –dije mientras cerraba y quitaba el pestillo. – Ya está.

Le conduje hasta la cocina, y mientras él entraba para quitar la lámpara que colgaba del techo, yo me detuve en la entrada, y pulsé varias veces el interruptor para comprobar que, efectivamente, la luz no funcionaba. El chico trabajaba silenciosamente mientras yo me entretenía fregando el cuenco de los cereales una y otra vez.

-          ¿Vas a tardar mucho más? –se me hacía raro hablarle de usted, no parecía mucho mayor que yo, uno o dos años a lo sumo. Terminé por quinta vez de fregar el cuenco, y me sequé las manos con un paño de cocina.
El chico estaba subido a una silla, de vez en cuando cortaba algún cable, y ponía otro nuevo. Me miró de arriba abajo ocultando una sonrisa.

-          ¿Iba a salir?

-          No, bueno… no es que tenga prisa, sólo quería saber si…

-          Listo. –dijo bajándose de la silla. Recogió sus herramientas y salió de la cocina.

-          Espera. –dejé el paño en la encimera y salí detrás del chico rápidamente. – No me has dicho cuánto te debo.

-          Es un servicio gratuito. –abrió la puerta de la entrada, y se giró para dedicarme una sonrisa. La gorra negra apenas dejaba ver sus ojos, pero parecían azules bajo la visera.

-          Ah. –murmuré.

-          Nos vemos.

-          Nos vemos. –le dije a la entrada vacía, aunque sonó más como una pregunta que como una afirmación.
Volví a la cocina y pulsé el interruptor. Una fuerte luz blanca llenó la habitación.